Comer en ARCO a partir de las dos es salirse de la burbuja elitista que recorre los pasillos y entender que la realidad siempre amenaza nuestras ficciones.
Los locales de hostelería están en los laterales y exteriores de los pabellones 7 y 9, que es donde se celebra este multitudinario encuentro. Como es de esperar, son insuficientes para el número de visitantes. No porque no puedan dar servicio, sino por las colas que se forman. Incómodas y lentas, donde yo fui tuve que esperar 20 minutos para ser atendido y apenas un par más a que me sirvieran.
Después, tocaba buscar una mesa. Con la bandeja en la mano, me moví incómodo entre los que tenían mi misma intención y los que iban abandonando sus asientos para volver al recinto.
Al menos, el estrés de buscar una mesa, a ser posible con silla, me quitó de la cabeza el valorar que un poke pequeño, una focaccia y una cerveza me habían costado 24 euros. Unos productos mejores que los de un vending, pero lejos de competir en calidad con un restaurante cualquiera.
Comí rápido e incómodo, con gente moviéndose a mi alrededor y a veces rozando mi silla o meneando la mesa. Pero no fui de los que peor se alimentaron.
Era la hora de ver comer a la gente que estaba junto a las obras de arte, vigilando y vendiendo. En su mayoría personas explotadas que aguantan maratonianas jornadas. Bolsas de frutos secos en las manos, tápers que parecían preparados con urgencia, un yatekomo, chocolatinas… Todo esto acompañado con numerosas botellas de agua y vasos de plástico de Illy, marca de café con un par de puestos en los pabellones que servían gratis a quien hiciese cola.
El modo en que comes en el trabajo es el que muestra cómo es en realidad tu vida laboral y, por tanto, personal. ¿Qué te preparaste hoy?, ¿tuviste tiempo?, ¿te cuidas? En el recorrido por ARCO vi unas lentejas, compradas en el mismo restaurante al que fui, también sushi, el resto parecía comida de trinchera, de precariedad y prisas por la mañana. Ni en un festival de música se come peor que lo visto a la gente que estaba trabajando, mientras esperaban en su mayoría que alguien decidiese gastar miles de euros en una de las obras de arte que les rodeaban.
En alguno de los museos que visité en La Habana, las trabajadoras eran acompañadas por sus hijos pequeños. Estos, inquietos, se entretenían sin molestar a los pocos turistas de las salas. Al contrario, daban cierta alegría a las decrépitas galerías que visité. Las miradas de los niños tenían más vida que las de algunas de estas personas que comento en ARCO. Comer en el trabajo no suele ser bueno, comer trabajando menos, pero que te vean malcomiendo mientras trabajas es una pena. Lo comenta alguien que ha tenido que hacerlo.
Con todo esto quiero decir que ARCO no es el lujo, la actualidad del arte contemporáneo, la polémica que buscan con deseo los medios ni la afluencia de gente. Más bien es todo lo enumerado, pero sumado a las bolsas medio vacías de frutos secos, los vasos de plástico aplastados sobre la mesa y la comida de táper que se mastica con prisa para salvar el trámite.
Brutalismo entre sueños
TikTok ha decidido que quiero ver contenido ruso y me enseña entrevistas a ciudadanos de países del este, viajes en tren, curiosidades de la vida en la Unión Soviética y recorridos por paisajes brutalistas.
Me levanto, apenas he dormido, y voy directo al sofá atontado y con la sensación de irrealidad pegada a mí como un chicle al zapato. Miro las redes sociales sin enterarme demasiado y empiezan a aparecerme estos edificios y monumentos gigantes, consumidos por el tiempo, el polvo y la decadencia. Deterioro estético, claro, porque a pesar de todo parecen imposibles de derribar.
Al principio intuyo similitudes con los edificios que estamos familiarizados, pero pronto me evado por mi falta de concentración y ya solo busco fantasmas, porque son espectros de algo que quizá nunca ocurrió, relatos de ciencia ficción escritos y asimilados con un solo vistazo. Es otro planeta.
Hago rankings de ciudades en mi cabeza, las sitúo en un plano, imagino los paisajes en medio de bosques de Serbia o como fondo de la guerra en Ucrania.
No sé si es publicidad en tiempos de guerra o solo el algoritmo jugando conmigo, pero todo esto no me ayuda a salir del sueño. Volveré a ellos cuando me despierte a las tres y media de la mañana.
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