A estas alturas me parece una tontería presentar a una autora tan conocida como Ursula K. Le Guin. Cuando me adentré en el mundo de la literatura fantástica era un nombre que sonaba de vez en cuando, no tan leído, pero he ido viendo un agradable cambio al respecto.
Con los relevos generacionales y la entrada de más mujeres en el género, sobre todo jóvenes, ha ido ganando terreno en las conversaciones y, por tanto, las estanterías. Después, también desde fuera se han puesto los ojos en ella por su valor literario y la referencia intelectual que supone. Tanto es así que se han publicado ensayos, estrenado documentales y al final revalorizado sin discusiones su figura y obra. Es un ejemplo de victoria contra los tiempos y el ansia de lo nuevo.
Le Guin escribió toda su vida y mantuvo una carrera literaria que rozó los sesenta años en activo. Pocos pueden decir lo mismo. Como si fuese un punto fijo al que no le atravesaban los cambios, la fortaleza de su imaginario le permitió ser menos permeable a las modas que la mayoría de contemporáneos.
Al pensar en ella estuve dudando si escribir sobre su obra más famosa, La mano izquierda de la oscuridad, o mi favorita, Los desposeídos. La decisión ha sido la esperada.
Los desposeídos: las alternativas existen
La narrativa de Le Guin no se mantuvo ajena a lo político. Al contrario, fue el eje central de muchas de sus historias, solo que al tejer un manto de género fantástico por encima parecía que quedaba más disimulado. Igual que la literatura erótica, el fantástico se antepone a la vista de la mayoría de lectores que solo son capaces de juzgar una obra bajo el prisma del prejuicio.
En ese esquema se mueve la historia de Los desposeídos. Mediante la contraposición de dos sociedad casi enfrentadas en realidad está hablando sobre la posibilidad de que ambas existan.
Los desposeídos se sitúa en el planeta Urras y su luna Anarres. En el planeta se vive bajo una sociedad capitalista más que cercana a la nuestra, mientras que en la luna, donde hubo una revolución, hay lo que se define como un sistema anarquista. Este anarquismo sirve para sobrellevar la vida tan morosa en recursos que mantienen, mientras que el capitalismo se practica en un entorno más cómodo.
El protagonista de Los desposeídos es una mezcla entre filósofo y científico. Ha ideado una tecnología de intercomunicación que no puede desarrollar con los medios que tiene a su alcance en Anarres, por lo que viaja a Urras para colaborar con otros especialistas de cara a darle forma. Mediante este viaje se activa el efecto de la contraposición que tanto se ha utilizado en las novelas y películas. Sea entre planetas, continentes, ciudades y muchas veces barrios, siempre hay quien posee más que el otro, quien reprime más y, por supuesto, una serie de cuestiones que son transversales a todos.
En Los desposeídos se dan varias denuncias que son más que conocidas por distintas vertientes ideológicas, como pueden ser la carga de burocracia que llega a paralizar sistemas o cómo priorizan algunos revolucionarios su persona sobre la ideología que afirman defender.
Le Guin plasma en la novela una forma de vida con el anarquismo taoísta y los problemas que puede encontrar. Así el lector imagina ese motor funcionando. Aquí se ve el peligro que puede haber para quien censura: se formula la viabilidad de una alternativa.
Solo con verlo activo ya se entiende el logro que consigue. Más efectivo que casi cualquier ensayo, transmite ideas, problematiza las circunstancias y lleva a cabo un modo de orden social sin que el lector se sienta manipulado.
Dicho esto, no podemos obviar que Le Guin no ocultó nunca su ideología: feminista por encima de todo, también se definía como ecologista, pacifista y... anarquista. Quienes se acercan a la obra de Le Guin lo saben. Cuando muchos lectores y lectoras piensan en anarquismo, no se imaginan a un radicalizal poniendo bombas, sino a una bondadosa escritora.
Al leer su extensa obra, sea con el objetivo de estudiarla o como pasatiempo, es inevitable llevarse una imagen positiva de la escritora. Porque no era solo una excelente artista, su visión humanista sostiene al lector por encima de cualquier cinismo o cansancio. Y, seamos sinceros a pesar de la tristeza, estos valores son el enemigo de la ideología política en auge.
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