Creo que viví una realidad distinta a la de la mayoría de aficionados al fantástico. Escucho constantemente que ya no está mal visto ser fan de las películas de género y pienso que cuando tenía quince o veinte años para mí tampoco lo estaba. Nunca me sentí despreciado, solo era una afición más.
En La 2 emitían Alucine los sábados a la noche y por entonces fui descubriendo películas que me interesaban mucho más que las de acción, por ejemplo. También iba al cine cada semana a ver los estrenos de ciencia ficción y terror. A mi enciclopedia personal se iban añadiendo las películas que daban esporádicamente en televisión y sobre las que charlaba con los amigos en el instituto. Algunos de mis mejores recuerdos de esa época son en la biblioteca hablando de terror.
Hubo unos años en los que me acercaba cada domingo a la Plaza Nueva de Bilbao con amigos (o solo) para echar un vistazo a los libros y las cintas VHS que vendían en los puestos. En uno de ellos tenían un listado enorme de películas que te podían copiar de una semana a la siguiente.
¿Fue la piratería de VHS y después los torrents lo que me permitió acceder a las películas que más deseaba? Sí. ¿Tenía otra forma de conseguirlas en el Bilbao de aquella época? Yo no la encontraba.
En aquel puesto encargué unas cuantas, aunque solo recuerdo comprar Brazil. La copia de VHS a VHS perdía mucha calidad, pero me valía para disfrutarlas y luego dejárselas a alguien. También estaba atento a los primeros números de colecciones en quioscos porque podía conseguir un par de películas a bajo precio.
Entrar en la literatura tampoco fue algo extraño, bastó con empezar a ir a librerías; para los cómics me acercaba a una tienda de segunda mano o a Joker. La verdad es que nunca sentí marginalidad por mi afición, solo pensaba que encontraba en esas narraciones historias que me parecían mucho más interesantes y atrevidas que las convencionales. También que mis gustos no eran los mayoritarios.
A apreciar en su medida las obras realistas llegué más tarde. Nunca he sentido ese desprecio que mantienen algunos aficionados del fantástico hacia ellas. Una buena historia siempre ha sido una buena historia.
Por entonces había dos directores que me obsesionaban por encima del resto: David Cronenberg y John Carpenter. Con el primero era una afición más solitaria, aunque la fijación por el segundo la compartía con otros amigos. Para mí Cronenberg fue el de las obras impredecibles que me superaban, el de lo extraño, lo raro y lo maléfico. Seguramente fue el artista –de cualquier área- que más influyó en mi personalidad. Con Carpenter llegaban la diversión y el placer de regodearse en la afición. El tipo que sabía hacer todo, la mayoría bien, y me daba las dosis necesarias de adrenalina, miedo y placer. Siempre ha sido el más punk.
Tardé unos cuantos años en completar la filmografía de Cronenberg. Tuve que pedir unos DVD al extranjero para ver sus cortometrajes y esa película llamada Fast Company. También leí David Cronenberg por David Cronenberg y entendí que el autor estaba siempre ahí. Sus vivencias accionaban los aspectos narrativos que yo tanto disfrutaba. Supongo que no es extraño sumar mi posterior encuentro con los libros de J. G. Ballard.
En fin, hace tiempo que tiré mis VHS sin el temor a que se perdiesen, porque a golpe de clic puedo disponer de la mayoría de las películas. Muchas eran grabadas, algunas originales y otras hasta las tenía repetidas.
Creo que tampoco he cambiado demasiado. No sé si eso es bueno o malo.
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