Mi vida como lector ha pasado por distintas fases desde que en la adolescencia di el salto a ir sin compañía a librerías y bibliotecas. No compartía esa afición con casi nadie, solo hablaba de lecturas con uno o dos conocidos, pero buscaba con paciencia entre las novedades y elegía en base a la sinopsis y la confianza que me daban algunas colecciones. Por entonces seguía bastante las líneas de Mondadori y Anagrama.
Durante unos años estuve activo por el fandom nacional de ciencia ficción y fantasía, yendo a tertulias y algunos encuentros. Fue un periodo de formación, de compartir y aprender a escuchar otras opiniones. Luego desaparecí un tiempo, aunque todavía vuelva por temporadas, y seguí el recorrido solitario por mundillos de internet.
Me mudé, cambié y me vi paseando en silencio entre las estanterías de las bibliotecas. Sin prisa. No puedo negar que siento una curiosa satisfacción al estar un buen rato mirando libros en cualquier biblioteca pública sin decidir cuáles llevarme.
Volví a escribir reseñas. Me mudé más: una, dos, seis veces. Conocí a bastantes personas del sector editorial, trabajé en él y desaparecí de nuevo. Recomiendo estas ausencias porque ayudan bastante a entenderse a uno mismo y a no ceder a las dinámicas.
Ahora estoy en mi propio mundo de lecturas por las que me lleva el gusto o el estado de ánimo. No pasa nada si no me acerco a novedades en unos meses o si luego concateno seis, tampoco si paso largas temporadas leyendo en el metro diarios de Rafael Chirbes o Max Aub. No hay ninguna prisa.
Deambulo por librerías y bibliotecas. La sensación se acerca a cierta libertad. Habrá quien no lo comprenda, pero dejarse llevar entre las aburridas, gastadas y obsoletas estanterías de la mayoría de bibliotecas significa exponerse a una elección sin presión, únicamente motivada por el orden alfabético de los apellidos de los autores y cierto azar.
Me encantaba ir a la Biblioteca de Andalucía de Granada y su extenso escaparate de libros, lo mismo me ocurre ahora con algunas de Madrid. Siempre queda el recoveco de la estantería de abajo, la última esquina de la sala o el libro de bolsillo encerrado entre dos gruesos volúmenes de tapa dura. En los detalles existe un agradable caos.
Lo mismo ocurre en librerías, aunque es evidente que ahí influye la abrumadora lista de novedades y los gustos imperantes.
Estos espacios se mantienen alejados de los algoritmos, posicionamientos y presiones indirectas que recibimos online. A pesar del tremendo escaparate que suponen las plataformas digitales, somos víctimas del historial que tengamos y las novedades que nos sacudirán una y otra vez hasta que al menos tengamos curiosidad y veamos de qué trata la última obra que nos quieren vender.
En uno de mis acercamientos a lo que se promociona en España, hace medio año leí el libro de moda del mes. No uno de un gran premio, sino de una editorial que tiene renombre, de esas que siempre se dice “me encanta lo que publican en…”. Me enfadé con la persona que había escrito el libro, me pareció una broma autocomplaciente y lo dejé a mitad. Era el libro que todo el mundo ponía bien en Malasaña y Lavapiés, incluso en el barrio Salamanca. La gentrificación cultural es abrumadora y uno puede leer las mismas opiniones en el podcast de izquierdas y en el periódico en papel de derechas. A veces cuesta escapar del lugar que luchan por conquistar muchos autores.
Prefiero el espacio físico en soledad para no caer en esa trampas, para que el gusto propio y la casualidad (sé que repito esta palabra, es premeditado) sean los que decidan las lecturas y así se forme una personalidad.
En los últimos años estamos volviendo al maniqueísmo propiciado por algoritmos y modas. Ya dejamos atrás los veranos de un solo bestseller, pero ahora estamos siempre cerca de ser apresados por la necesidad de leer algo para entender el presente o lo que está en boca de todos. Un libro con una campaña de marketing monstruosa es uno que anestesia, nunca te llevará al límite ni incomodará. Lo mismo ocurre con el que te recomienda el algoritmo o el posicionamiento web.
Que tu gusto lector lo marque un sistema te convierte en un lector NPC. Como estos personajes de videojuegos, no estás controlado por un cerebro, sino por un programa programado para vender que establece tus limitados movimientos.
Las lecturas no debería marcarla nadie. Ante la información que te llega de forma mercantilizada, mejor el paseo, que es lo que te forma como individuo y la revolución más barata que existe. Sé que es complicado no caer en el capricho del like, en la opinión sobre lo que se supone que la gente habla, pero también es la mejor forma de acercarse a la libertad: las burbujas culturales son entornos sesgados. Nuestro deber es ser siempre la otredad.
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Los tiempos de la literatura y del capitalismo son opuestos. Es una obviedad, pero se nos olvida. Qué bien leerte por aquí con regularidad.
(Yo me he quedado prácticamente con Mastodon y Substack nada más).
Me encanta esto.
Durante algún tiempo fui medio víctima de solo cajas literarias. Ahora combino una (porque me gusta salirme de mi zona de confort) y libros que voy poniendo en mi lista por recomendación de boca en boca o porque me gusta el autor o el tema.