Posverdad es un término que se asentó en nuestro vocabulario con rapidez. Aunque se escucha menos tras la explosión en su uso de hace unos años, seguramente pasará a definir nuestra época y será valorado como síntoma o causa de las victorias de Donald Trump y demás políticos.
Se considera que es la relectura en falso de un suceso, normalmente con una finalidad política y promocionada desde el ámbito digital. Tantos textos se han escrito sobre el tema como soluciones posibles, al igual que debates sobre su significado, opiniones o intentos de usar esta palabra con fines partidistas.
Al ensayo de 2017 escrito por Matthew d´Ancona llegué tras una recomendación y pronto me di cuenta de que era otro acercamiento de un académico centrado en una serie de términos, pero que desconoce el tablero en el que se mueve. El libro Posverdad. La nueva guerra contra la verdad y cómo combatirla es pura abstracción cuya falta de profundidad delata cierto oportunismo. En España se publicó en 2019, pero no es cuestión de adelantar las conclusiones.
El ensayo empieza con un análisis de los orígenes del término en el terreno práctico a través de la batería de referencias habituales, desde George Orwell a la hiperbole verídica citada en el libro de Donald Trump (El arte de la negociación), o los orígenes rusos de esta guerra informativa, para acabar con una conclusión con la que no se puede estar en demasiado desacuerdo: lo importante es el impacto, no la verdad.
Sin embargo, tras un inicio algo evidente, el autor no tarda en chocar con las distintas áreas que trata. Se acerca al mundo digital y las redes sociales con una visión idílica e inocente en donde escribe que la manipulación de las personas se basa en las falsas creencias de cada uno y no en la fuerza del mismo sistema utilizado. Después dedica un tramo a criticar la posmodernidad como verdadero culpable de que vivamos estos tiempos oscuros. Su fobia/fijación transforma la retahíla de argumentos contra la posmodernidad en un absurdo recorrido tan partidista que no merece la pena ni ser descrito.
Al llegar al punto más importante del libro es cuando se encuentra su verdadero desconocimiento y, lo que es peor, una fatídica hipótesis que lleva tiempo abordándome: si no estabas muy dentro del sistema en sus inicios, es probable que no entiendas la era digital. Sé que suena a sentencia radical, lo asumo.
Repasemos las acciones que esgrime Matthew d´Ancona para combatir la posverdad: litigar en los tribunales, presionar para modificar los algoritmos y que internet se cure a sí mismo, clasificar las fuentes en función de su credibilidad, educar en la verdad, colocar lo digital en su justa medida (los amigos en redes no son amigos de verdad), etc. En fin, quedaría desear buena suerte a d´Ancona y rezar para que el mundo no se fuese a pique en lo que llevaría implantar una sociedad idílica que también solucionaría el problema de la posmodernidad. Este argumentario es tan efectivo contra los problemas inmediatos como un horóscopo y los años lo han demostrado.
Las soluciones deben formar parte del mismo terreno que el diagnóstico: un espacio manipulado en el que rara vez existe la posibilidad de debate. Software libre, quemar el terreno, formación centrada en atajar los ataques, activismo instantáneo, ensuciar tanto la ideología violenta como para que no se pueda creer en su palabra, formación de agrupaciones, delación de las prácticas contaminantes, diagnósticos directos (como este que publicó en su momento The New York Times sobre la influencia de YouTube en la política brasileña), análisis de bots y tendencias... No hay de esto en el libro, ni tampoco nada que sea de efectividad en un momento político que urgía a la acción y del que estamos viviendo las consecuencias.
En el mercado encontramos otros tantos libros que analizan mejor nuestros tiempos. Podré estar de acuerdo o no con ellos, pero no suelen ser víctimas de la superficialidad y las visiones demasiados inocentes que se ven aquí. En fin, un libro breve, demasiado subjetivo y con pocas herramientas.
Un sábado a la noche viendo Tardes de soledad
La sesión de ayer a la noche de Tardes de soledad tenía un público que en su mayoría se podía distinguir del de otras salas. No en su totalidad, pero un marcado porcentaje eran taurinos y con aspecto de llegar de un barrio de alto poder adquisitivo.
A mi lado se sentó un grupo de nueve personas de unos sesenta años. Disfrutaron el documental desde el conocimiento de esta práctica. Gente que fue al cine como adolescentes que fingen desconocer las normas y la educación que deberían hacer que todos viesen la proyección en silencio. Cierto es que alguno comentó al no encontrar su asiento que llevaba mucho tiempo sin ir al cine.
Hubo comentarios sobre las plazas, las caras de toreros que reconocían y sin duda un sentimiento de comunidad. Estaban allí para ver un reportaje sobre su afición y esa perspectiva se mantuvo durante las dos horas. Mi opinión sobre el documental de Albert Serra no es importante en este texto.
Igual que en otros ámbitos sociales, a mi lado surgían risas cada vez que en la pantalla se decía un “ole tus huevos”, “eres la hostia”, “qué cojones tienes”... Como cuando un futbolista -el símil con las estrellas de ese deporte es inevitable- hace algo bien. A mí, que vivo en mi burbuja y no suelo estar con gente que habla esos códigos, me llamaba la atención.
Me fijé en sus caras durante las corridas finales: estaban felices, sonrientes.
Imagino que después se fueron a sus barrios. Chamberí parecía poco para el valor de sus vestimentas.
Su aventura en el cine fue satisfactoria con lo visto. Tras disfrutar de lo que les pareció una oda a los toros, salieron del cine comentando las anécdotas de Tardes de soledad. Y eso dice mucho sobre el documental.
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Creo que Serra hizo bien en dejar que las imágenes hablasen por sí solas y cada cual se retratase. Pero me hubiese gustado ver más metraje de otros aspectos de su vida profesional, como lo que vemos en el hotel. Tanta corrida se me hizo muy repetitiva aparte de desagradable de ver, aunque sí sirve para subrayar que este tipo hace eso varias veces en semana como su oficio.