En Tiempo desarticulado, la novela de Philip K. Dick publicada en 1959, el protagonista vive en una realidad creada a su medida sin que él lo sepa. Su localidad es un escenario y todos los vecinos están contratados. Idea que casualmente cogieron en El show de Truman. El objetivo es que ese lugar plácido sirva para que el protagonista siga resolviendo unos pasatiempos que en realidad son algo mucho más importante.
No es nada nuevo el crear un entorno a medida para desempeñar una función; esto es, trabajar. Lo vemos también en Separación, donde no solo se da forma a una realidad, también se suman los absurdos corporativos con dos enigmas.
El primero es por qué hay una separación: en el tiempo libre su cerebro no recuerda lo que hacen en la empresa, ni cuando están allí cómo es su vida fuera. La otra duda es qué función están desarrollando los protagonistas. Esta última cuestión me parece la más interesante porque en la vida laboral los personajes no saben nada. Podrían estar salvando al mundo o desempeñando lo que David Graeber denomina en su ensayo un Trabajo de mierda. ¿Tiene algún sentido lo que hacen? No solo a nivel social o capital, también en lo personal. La abstracción no es algo tan extraño como suele parecernos.
Otro de los aciertos de la serie de Apple TV+ se encuentra en la estética que ya casi puede considerarse retrofuturista por el tiempo al que asociamos las tecnologías utilizadas. La distancia hacia pasado y futuro fortalece la situación de desorientación.
Hace tiempo fui un firme defensor de la serie The Girlfriend Experience, quizá de los pocos, con la que veo conexiones conceptuales en cuanto al modo de mirar con extrañeza al mundo empresarial. En su desarrollo estuvo involucrado Shane Carruth, director de Primer, y esto se siente en la mirada que busca detenerse en los engranajes burocráticos y palaciegos de las grandes empresas. Supongo que no faltan referencias y también nos podemos acercar a Mi trabajo todavía no está acabado (Thomas Ligotti) o a la novela Algo ha pasado (Joseph Heller). Todas estas obras se centran en la negociación personal que se tiene con las empresas, donde la mayor parte del trabajo no tiene lógica en sí, como mucho al sumarse al de otros (algunos, cientos, miles...) compañeros.
El caso es si soñamos con una Separación entre nuestro yo laboral y el personal, si conseguiríamos derribar las fronteras porosas que existen en muchos trabajos que se abalanzan sobre el resto de nuestro tiempo. Y si ocurriese, también colocaríamos al frente lo dickiano de la paranoia en la jornada: la cuestión ética hace que vivamos con la duda sobre el fin de nuestro esfuerzo. ¿No habrá en verdad un gran secreto? No me parece casual que las ficciones citadas traten de un modo tan evidente la incomprensión.
Supongo que Separación, al igual que Tiempo desarticulado, El show de Truman o incluso Lost, lleva a una explicación. Ahí se encuentra la diferencia con la vida real. Pero me pregunto si en realidad la necesitamos para mantenernos cuerdos. Desconocer permite imaginar, y a veces tener esperanzas.
Una de las cosas que lamento con Separación es que Mark Fisher ya no esté con nosotros. En sentido laudatorio o crítico, me hubiese encantado leer un análisis de la serie escrito desde su prisma.
Leer es purgar
Al hilo de lo que publiqué la semana pasada sobre autores, imposturas y, en definitiva, no leer a algunas personas. Me gustaría comentar un punto más allá en mi sesgo: no leo a nadie que haya sido conocido antes por otra faceta.
No da tiempo a leer todo lo que se publica -ni hay necesidad-, menos todavía si una mayoría de los libros que pasan por mis manos no son novedades. Esto supone que uno es arbitrario a la hora de elegir y, como es de esperar, la mayoría de decisiones pueden ser injustas.
En cuestiones de ficción, directamente no leo a nadie que sea conocido por motivos extraliterarios: políticos, periodistas, columnistas, influencers, celebridades… Cero. Estoy seguro de que me pierdo algunos buenos libros, pero también de que lo comercial es más importante que lo literario en multitud de ocasiones.
Por otro lado, y esto viene más de información puntual y prejuicios que de investigación, todo lo que huela a enchufe me aparta. Tampoco leo a ciertas personas por otros motivos, basta con ir a algunos eventos para entenderlo. Asumo que no pasa nada por no leer algo, que no hay una literatura esencial para estar al día, que lo literario es literario por encima de los nombres y del mercado, que leer es un acto solitario en el que nadie debe nada a nadie, sobre todo cuando el dinero va en muy bajo porcentaje a los autores.
Esto no es en ningún sentido un acto de rebeldía contra el sistema editorial, solo un complemento a la entrega de la semana pasada que ha interesado más que ninguna escrita anteriormente. He pensado que como en internet la prescripción es norma y el ataque es autoensalzamiento, de vez en cuando está bien comentar un sistema personal. Simplemente.
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Estoy tentado de aplicar tu norma desde que leí "Quemar dinero", de Xavi Daura. No sólo fue el peor libro que leí el año pasado, sino uno de las peores novelas que he leído en toda mi vida. Le comentaba a Cristina que me llamaba la atención que se acreditara a la correctora de estilo cuando es obvio que, o bien había fracasado, o elevó a legible el equivalente a un balbuceo literario. La consecuencia es que tampoco me interesa la faceta profesional del autor como cómico, resultando el libro en un antirreclamo.